Las veces que yo la veía llegaba envuelta entre sus amigas.
Era pequeña y en aquella habitación donde estábamos, mientrás yo conversaba
con sus padres, las niñas me divisaban como a una montaña o como un verde cerro,
y con gritos alegres, trepaba, subían, me coronaban.
Nicole era la menor.Graciosamente subía por aquel costado, primero llegaba
a la rodilla, subía luego hasta el pecho, allí un momento se reposaba y luego,
en nueva superación heroíca, se aupaba hasta el hombro y allí, como lo que si divisara
desde la altura fuese el universo, tendía su mirada en redondo y doblando su brazo sobre la cúspide, reposaba su cabecita en su mano y quedaba allí última, suprema, en la cima de la montaña.
Las niñas merodeaban por mis pies, por el valle, o subían a las primeras escarpaduras, pero ella,
sólo ella, allí señera en la cumbre parecía casí dormida, pensativa, sentada sencillamente
sobre mi hombro.
Las niñas se mezclaban, se alborotaban, se confundían. Pero a veces Nicole se apartaba de pronto.
¡Cuántas veces la vi con sus lápices de colores, en un rincón del cuarto, dibujar minuciosa
algo que podía ser el nacimiento del mundo, desde la pupila original, en la aurora sin tiempo!
Hoy no la veo, pero la siento. Nicole ha espigado, su niñez ha crecido, sus ojos son claros,
con una claridad no manchada; su mejilla ha recibido intacta el paso de la luz y en sus
dientecillos diminutos se ha quedado sin pausa, como en un día entero, el resplador
que no desfallece.
¿Qué brisa ha movido sus cabellos niños? ¿Qué estremecimiento ha oreado su frente sin luna;
por dónde ha llegado este brillo que no puede ser fugaz?
Nicole, levanta tu mano, abréla ahí tienes una estrella. ¿De dónde vienes?
Y allí grande e inmensa, contra el horizonte, la veo alzar el brazo y cazar pájaros imposibles,
sorprender estrellas parpadeantes, atrapar veranos, estepas, furias, sonidos, diminutas mariposas
de color o sencillamente el aroma intacto del mundo.
Porque aquí esta ella, inocente, misteriosa, profunda.
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