jueves, 10 de marzo de 2011

¡Cuánto tiempo hermoso se pierde!


El juez iba a dar el fallo, ya se hacía tarde.
La madre del acusado inquieta por estar en el veredicto de su hijo,
cada vez se retrasaba más.
Horas más tarde, cuando el juez firmaba la sentencia;
aparecía la madre , desesperaba por saber la resolución,
corrió hasta donde el funcionario , y le dijo con voz desgarrada:
Señor juez, señor juez, dígame por favor que no he llegado tarde,
Dígame por favor, - mientras su llanto aumentaba – que el juicio
no ha comenzado, que no he llegado tarde, dígamelo, dígamelo, por favor
señor juez.
El juez luego de escuchar a la madre, con un gesto amargo y serio, que caracteriza
a los funcionarios de la justicia le dijo: Señora, veinte años ha llegado tarde;
el fallo ya está dado.


Así es como yo pienso de todo el tiempo que se pierde.
Todos se preocupan por los efectos, no por las causas.
Por estar distraídos por la aventuras del mundo, lo más
importante lo dejamos para al rato; vivimos prorrogando
el tiempo que fue, como si llegara a repetirse.
Vivimos excusándonos por todo, como si nuestras acciones fuese a causa del otro.
Somos más perezosos que cobardes.

Eligió tener hijos, ahora responsabilícese.
Recuerde lo que dijo Castelar: “Una vida sin amor, es un cielo sin astros”.

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