Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro,
que se torcaba en surtidor de estrellas...
Al hombre normal le gustan casi todas las mujeres que pasan cerca de él.
Esto permite destacar más el carácter de profunda elección que posee el amor.
Basta para ello con no confundir el gusto y el amor.
La buena moza transeúnte produce una irritación en la periferia de la sensibilidad varonil,
mucho más impresionable- sea dicho en su honor - que la de la mujer.
Esta irritación provoca automáticamente un primer movimiento de ir hacia ella.
Tan automática, tan mecánica es esta reacción, que ni siquiera la iglesia se atreve a considerarla
como figura de pecado.
La iglesia ha sido en otro tiempo excelente psicóloga y es una pena que se haya quedado
retrasada en los dos últimos siglos.
Ello es que clarividente, reconocía la inocencia de todos los primeros movimientos.
Así, este de sentirse el varón atraído, arrastrado hacia la mujer que taconea delante de él.
Sin ello no habría nada de lo demás- ni lo malo ni lo bueno, ni el vicio ni la virtud-.
Sin embargo, la expresión primer movimiento no dice todo lo que debiera.
Es primero porque parte de la periferia misma donde se ha recibido la incitación, sin que
en él tome parte lo interno de la persona.
Y, en efecto, a esa atracción que casi toda mujer ejerce sobre el hombre y que viene
a ser como la llamada que el instinto hace al centro profundo de nuestra personalidad,
no suele seguir respuesta, o sigue sólo respuesta negativa.
Lo habría positiva cuando de ese centro personalísimo brotase un sentimiento
de adcripción a lo que acaba de atraer nuestra periferia.
Tal sentimiento, cuando surge, liga el centro o eje de nuestra alma a aquella sensación externa;
o dicho de otro modo: no sólo somos atraídos en nuestra periferia, sino que vamos
por nuestro pie hacia esa atracción, ponemos en ella nuestro ser todo.
En suma: no sólo somos atraídos, sino que nos interesamos.
Lo uno se diferencia de lo otro como el ser arrastrado del ir uno por sí mismo.
Este interés es el amor, que actúa sobre las innumerables atracciones sentidas,
eliminando la mayor parte y fijándose sólo en alguna.
Produce, una selección sobre el área amplísima del instinto, cuyo papel queda así
reconocido y a la vez limitado.
Nada es más necesario, para esclarecer un poco los hechos del amor, que definir
con algún rigor la intervención en ellos del instinto sexual.
Si es una tontería decir que el verdadero amor amor del hombre a la mujer, y viceversa,
no tiene nada de sexual, es otra tontería creer que amor es sexualidad.
Entre otros muchos rasgos que lo diferencian, hay éste, fundamental, de que el instinto
tiende a ampliar indefinidamente el número de objetos que lo satisfacen, al paso que el
amor tiende al exclusivismo.Esta oposición de tendencias se manifiesta claramente en el hecho
de que nada incomunique tanto al varón para otras atracciones sexuales como el amoroso
entusiasmo por una determinada mujer.
Es, pues, el amor, por su misma esencia, elección. Y como brota del centro personal,
de la profundidad anímica, los principios selectivos que la deciden son a la vez las preferencias
más íntimas y arcanas que forman nuestro carácter individual.
El deseo antes de nacer mira ya hacia el mañana...
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